Aferrar una imagen y reproducirla ½viva, grande, colorida, con todos los caracteres precisos de la realidad y todas las deliciosas vacilaciones de lo irreal+. Este deseo, que Anna Maria Ortese expresó en su juventud, vertebra toda su obra, que se caracteriza por una originalidad subyugadora. En Silencio en Milán, de 1958, situada en algún punto intermedio entre el relato y la crónica, la mirada tierna y penetrante de Ortese se posa en los personajes de una ciudad de claroscuros con el ánimo de descifrar el misterioso silencio que, a la hora del crepúsculo, invade las calles e impregna los edificios. Y así, casi mágicamente, aflora lo fantasmal de ciertos ambientes urbanos: la estación, los locales nocturnos, los aparthoteles, pero también las pequeñas grandes historias que se viven entre las paredes de las casas, como en el extraordinario ½La mudanza+, que cierra el volumen.
Aferrar una imagen y reproducirla «viva, grande, colorida, con todos los caracteres precisos de la realidad y todas las deliciosas vacilaciones de lo irreal». Este deseo, que Anna Maria Ortese expresó en su juventud, vertebra toda su obra, que se caracteriza por una originalidad subyugadora. En Silencio en Milán, de 1958, situada en algún punto intermedio entre el relato y la crónica, la mirada tierna y penetrante de Ortese se posa en los personajes de una ciudad de claroscuros con el ánimo de descifrar el misterioso silencio que, a la hora del crepúsculo, invade las calles e impregna los edificios. Y así, casi mágicamente, aflora lo fantasmal de ciertos ambientes urbanos: la estación, los locales nocturnos, los aparthoteles, pero también las pequeñas grandes historias que se viven entre las paredes de las casas, como en el extraordinario «La mudanza», que cierra el volumen.