Publicada en 1978, Finisterra no sólo es la obra maestra de Carlos de Oliveira, sino una de las ficciones mayores de la literatura portuguesa del siglo pasado. Si la gran tradición novelesca coagulada a lo largo del siglo XIX buscó en el género una forma de apropiación interpretativa y recreación de lo histórico, la deriva de la escritura de Oliveira, apoyada contra ese archivo genealógico, nos devuelve un ejercicio de formalización del mundo que se enfrenta a una realidad aporética, porque en su materialidad se resiste a la representación. En Finisterra podemos reconocer una casa, una familia y un paisaje que constituyen la decantación textual del universo social y del espacio físico de la gandara, esa tierra arenosa e improductiva que aparece en obras previas del autor, como Una abeja en la lluvia, ya publicada por KRK Ediciones. Esta tierra inmóvil, enclave de pobreza, esterilidad y miseria, es una provincia poblada pero inhóspita. La naturaleza se perfila en ella como un material refractario a una ocupación humana que significaría cobijo estable, habitación segura. El resultado de esta tensión entre paisaje y poblamiento, naturaleza y cultura, realidad e historia, es una obra sin parangón en la literatura peninsular, de una belleza deslumbrante, por vez primera vertida a nuestra lengua.
Publicada en 1978, Finisterra no sólo es la obra maestra de Carlos de Oliveira, sino una de las ficciones mayores de la literatura portuguesa del siglo pasado. Si la gran tradición novelesca coagulada a lo largo del siglo XIX buscó en el género una forma de apropiación interpretativa y recreación de lo histórico, la deriva de la escritura de Oliveira, apoyada contra ese archivo genealógico, nos devuelve un ejercicio de formalización del mundo que se enfrenta a una realidad aporética, porque en su materialidad se resiste a la representación.
En Finisterra podemos reconocer una casa, una familia y un paisaje que constituyen la decantación textual del universo social y del espacio físico de la gândara, esa tierra arenosa e improductiva que aparece en obras previas del autor, como Una abeja en la lluvia, ya publicada por KRK Ediciones. Esta tierra inmóvil, enclave de pobreza, esterilidad y miseria, es una provincia poblada pero inhóspita. La naturaleza se perfila en ella como un material refractario a una ocupación humana que significaría cobijo estable, habitación segura. El resultado de esta tensión entre paisaje y poblamiento, naturaleza y cultura, realidad e historia, es una obra sin parangón en la literatura peninsular, de una belleza deslumbrante, por vez primera vertida a nuestra lengua.