SCHWOB, MARCEL
El paso del tiempo contribuye a confundir la realidad con el mito. Algunos autores, como Schwob y su discípulo Borges, trabajan a conciencia para urdir creaciones en las que ya es imposible discriminar la parte documental de la parte fantástica. Autores así consideran que esto no es faltar a la verdad, sino mejorarla. Estas Vidas imaginariasson un buen ejemplo de ello. Publicado en 1896, el libro recoge una sucesión de viñetas impresionistas protagonizadas por personajes reales, históricamente datados, a los que Schwob, a través de una elaboración concienzuda que dota a los modelos de un aura fascinante, es capaz de elevar a la categoría de mitos. En ello alienta un código ético, y es que todas las vidas son igual de valiosas, sin distinciones de rango. Importa poco que sean lumbreras del pensamiento, salteadores de caminos o modestos artesanos. Schwob ilumina con idéntica ternura y precisión las efigies de Empédocles, Paolo Uccello o Pocahontas. Claro que, al igual que sus personajes, Schwob nació para ser escrito. de modo que el único reparo que puede hacérsele es que olvidó incluir en esta antología de intimidades una última semblanza: la suya propia. Quizá por ello, en su magnífico prólogo, que engrandece aún más la calidad de estas Vidas imaginarias, Eloy Tizón subsana ese descuido para goce del lector.
El paso del tiempo contribuye a confundir la realidad con el mito. Algunos autores, como Schwob y su discípulo Borges, trabajan a conciencia para urdir creaciones en las que ya es imposible discriminar la parte documental de la parte fantástica. Autores así consideran que esto no es faltar a la verdad, sino mejorarla.
Estas Vidas imaginariasson un buen ejemplo de ello. Publicado en 1896, el libro recoge una sucesión de viñetas impresionistas protagonizadas por personajes reales, históricamente datados, a los que Schwob, a través de una elaboración concienzuda que dota a los modelos de un aura fascinante, es capaz de elevar a la categoría de mitos.
En ello alienta un código ético, y es que todas las vidas son igual de valiosas, sin distinciones de rango. Importa poco que sean lumbreras del pensamiento, salteadores de caminos o modestos artesanos. Schwob ilumina con idéntica ternura y precisión las efigies de Empédocles, Paolo Uccello o Pocahontas. Claro que, al igual que sus personajes, Schwob nació para ser escrito. de modo que el único reparo que puede hacérsele es que olvidó incluir en esta antología de intimidades una última semblanza: la suya propia. Quizá por ello, en su magnífico prólogo, que engrandece aún más la calidad de estas Vidas imaginarias, Eloy Tizón subsana ese descuido para goce del lector.