PEREÑA, FRANCISCO
El hecho de que la pregunta por la existencia del mal no sea novedosa no quita el que haya que volver sobre ella. No hay pregunta que más nos incumba, pues el mal lo introduce el hombre en el mundo. El mito religioso habla de castigo por un crimen originario y desconocido, y el mito científico propone vincular la agresividad y la violencia al instinto. Ambos colocan al hombre como víctima del mal, más que como agente del mismo.
Kant liga la existencia del mal con el hecho de la libertad. El mal conlleva la libertad. Si Kant habla de mal radical es precisamente por ello, porque se trata de un acto del que únicamente el sujeto del acto es radicalmente responsable. La radicalidad del mal consiste en que se ejerce no como algo necesario, sino como acto de la voluntad. Si Kant habla de mal radical es justamente porque no se adecua al reino de los fines que propone.
La filosofía no se da si no es como cuestión moral. La clínica del sujeto no se puede dar si no es a raíz de que el sujeto se cuestione. Por ello este diálogo abierto con los filósofos más cercanos o más afectados por el problema del mal: Platón, Kant, Schopenhauer y Wittgenstein.
El diálogo abierto es como el diálogo silencioso de Platón, el diálogo interno que cada uno lleva a cabo con sus contradicciones y con la necesidad de engañarse y de engañar al otro. Por tanto, este diálogo tiene como protagonista al sujeto de la angustia y de la demanda amorosa, al sujeto como límite del mundo, no al yo de identidad. La angustia expresa que el otro es el traumatismo mismo del existir. Por ello la gran dificultad de desvincular el poder del mal. Sócrates fue condenado a muerte por ser a-topós, por desertar del nomos de la polis.